Su tierra fue un regalo por su valor. Ahora el pueblo Maká de Paraguay pelea por acreditarla
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ASUNCIÓN — ASUNCIÓN (AP) — Aunque algunas tradiciones Maká ya no se preservan, aún hay ancianos de esta comunidad indígena paraguaya que recuerdan cómo sus cantos hacían eco de los pájaros.
“Cuando los varones cantaban, ellos decían que viajaban hacia, por ejemplo, las Cataratas del Iguazú, hacia el monte”, cuenta Gustavo Torres, un profesor del pueblo Maká que vive en las cercanías de Asunción. “Son cantos que imitan a la naturaleza”.
Junto a él sonríe Elodia Servín, quien sólo habla lengua Maká pero Torres ayuda como traductor.
Su piel tiene más arrugas de las que podría contar y ha olvidado su edad, pero un recuerdo persiste: hace tiempo, cuando se sentía sana y fuerte, amaba bailar en Fray Bartolomé de las Casas, un pequeño territorio que su pueblo hoy lucha por recuperar.
El área en disputa fue concedida a los Maká vía decreto en 1944 por el entonces dictador Higinio Morínigo, quien reconoció su labor como guías para el ejército paraguayo durante la Guerra del Chaco contra Bolivia en los años 30.
El gobierno ha reconocido que, en efecto, existe un decreto que menciona la zona, pero alega que su extensión nunca fue determinada ni sus coordenadas son precisas. Por ello, cuando los títulos de propiedad se expidieron en la década del 2000, sólo se concedieron 104 de las 335 hectáreas prometidas a los Maká.
“Para nosotros es algo sagrado”, dice Mateo Martínez, cacique y líder de la comunidad. “Es un regalo que nosotros agradecemos a Dios porque a través de personas que realmente sienten amor a nosotros, nos regaló”.
Su pueblo es una de las 19 comunidades indígenas que habitan Paraguay. En el país sudamericano de 6,8 millones de habitantes, más de 140.000 personas son indígenas. De acuerdo con el censo más reciente de 2022, unos 2.600 integrantes del pueblo Maká se distribuyen en áreas rurales y urbanas.
Mariano Roque Alonso, donde Servín y otros 1.600 Maká viven, se ubica relativamente cerca de Fray Bartolomé, al otro lado del Río Paraguay. Una serie de inundaciones forzó al pueblo a migrar en los años 80 y desde entonces no han logrado volver.
Las generaciones más jóvenes del nuevo asentamiento han aprendido español, pero la lengua Maká sigue siendo predominante. A pocos pasos de una iglesia bautista a la que muchos acuden, un mural con escrituras bíblicas se lee en Maká.
“Los abuelos nuestros tenían otras creencias”, narra Martínez. “Creían en las fuerzas de naturaleza. A la luna, en un clamor, le pedían salud, buena cosecha”.
Entre las tradiciones que aún preservan, los Maká realizan una importante celebración cuando una joven transita de la pubertad a la madurez. Los hombres beben chicha, que se produce con maíz fermentado, y las mujeres como Servín cantan.
“Los cantos provienen de los antepasados”, cuenta la mujer. “Ahora quiero transmitir a las nuevas generaciones, enseñar a mis hijas y nietas”.
Muchos Maká como ella —que vende bolsos y otros productos tejidos— obtienen ingresos a través del comercio de artesanías.
Patricio Colman, de 63 años, fabrica collares, brazaletes, arcos y flechas. Como Servín, él también creció en Fray Bartolomé y aún recuerda algunas costumbres de su pueblo.
“Cuando vivían los cazadores, se organizaban y se quedaban en el monte dos o tres meses”, explica. “Pero ahora ya no se hace”.
En aquellos tiempos, añade, los Maká tenían más de un líder o cacique: uno para la caza, otro para la pesca, uno para la juventud y uno más para la danza. Ahora Martínez es el único que queda.
“Ya desde antes, cuando las autoridades solían visitar, cómo quedaba el territorio no se entendía bien”, afirma. “Siempre había amenaza de invadir”.
Los Maká no sólo lamentan la pérdida de su tierra, sino la distancia que los mantiene lejos de quienes están enterrados en Fray Bartolomé. Entre ellos está Juan Belaieff, soldado y cartógrafo ruso que mapeó la región durante la Guerra del Chaco. Según Martínez, los ancianos lo consideraban como una deidad blanca que servía como enlace entre su comunidad y Dios.
Para una persona ajena a sus costumbres, un cementerio Maká sería difícil de avistar. Debido a que no tiene cruces o lápidas a la vista, las autoridades han dudado que se trate de un área sagrada. “Pero es otra cultura”, dice el líder. “Cuando fallece un Maká, no se pone cruz”.
La comunidad sí excava para enterrar los recién fallecidos. Los cuerpos se cubren con un manto y las pertenencias de la persona, pero no se realizan rituales ni se marcan las tumbas como se acostumbra en el Catolicismo u otras religiones.
“Los familiares sienten tanto ese ausentismo de la partida del ser querido que no se hacen ceremonias”, explica Martínez. “Es un momento que se respeta”.
Actualmente, los Maká entierran a los suyos en Quemkuket, a 18 kilómetros de su asentamiento actual, pero esperan que algún día puedan recuperar los huesos de sus ancestros y volver a compartir la misma tierra.
“Los Maká son guerreros, valientes guerreros”, dice Martínez. “Hace cinco o seis años que estamos peleando para que nos den el título de las 335 hectáreas y no vamos a renunciar”.
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La cobertura de noticias religiosas de The Associated Press recibe apoyo a través de una colaboración con The Conversation US, con fondos del Lilly Endowment Inc. La AP es la única responsable de todo el contenido.
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