Opinión: Trump es un presidente que no es temido ni amado
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Nicolás Maquiavelo escribió que un gobernante debería intentar ser a la vez amado y temido, pero que si un príncipe necesita elegir una de las dos opciones, debe optar por el miedo. El presidente Trump logró lo contrario: entre los republicanos del Congreso no es ni amado ni temido. En lugar de ello, al menos en cuanto al orden legislativo, el primer mandatario se ha convertido en casi irrelevante.
La semana pasada, Trump convocó a los republicanos a la Casa Blanca para exigir su apoyo al proyecto de ley de asistencia sanitaria impulsado por su partido, un ejercicio tradicional de un presidente. Ninguno de ellos cambió de lado: no vieron nada a qué temer.
Antes de ello, un grupo pro Trump anunció que lanzaría anuncios con ataques contra Dean Heller, un senador republicano de Nevada, quien había tenido la temeridad de denunciar los profundos recortes del proyecto Trumpcare a Medicaid. El líder republicano del Senado, Mitch McConnell, le pidió al presidente que detuviera la campaña negativa. Por su parte, Heller sintió miedo de los votantes de Nevada, no de la Casa Blanca.
Cuando un proyecto de ley similar estuvo en problemas en la Cámara, Trump advirtió a los conservadores de línea dura que perderían sus escaños si no votaban afirmativamente. Estos ignoraron la amenaza y votaron por el ‘no’, y Trump rápidamente cedió, apoyando los cambios buscados por los legisladores.
Ningún disidente republicano fue castigado por huir de la Casa Blanca. En todo caso, han sido recompensados. Hasta aquí el miedo. ¿Pero, qué hay del amor?
Desde su llegada a la presidencia, Trump no ha aumentado el número de votantes que lo apoyan; al contrario, éste se ha reducido. La aprobación de su trabajo ha descendido a cerca del 40% y permanece estancada allí. El mandatario es aún respaldado por más del 80% de los republicanos, y eso cuenta, pero ni siquiera ha movilizado su propia base para ayudar a aprobar el proyecto de ley de salud.
A menudo, el presidente es descrito como un “vendedor magistral”, pero no pareciera estar empleando mucho sus talentos; no ha dado ningún discurso desde la Oficina Oval, diciendo a los estadounidenses por qué deberían aceptar la nueva ley de salud, no realizó ninguna gira para promocionar sus ventajas.
El proyecto no está en su formato final aún, lo cual hace más difícil vender sus detalles. Pero Trump no ha hecho mucho para promover siquiera sus premisas. Por esa razón, ni siquiera los votantes republicanos están seguros de apoyarlo, según encuestas recientes.
Cuando el presidente habló en un mitin en Iowa, realizado el pasado mes, apenas mencionó la asistencia sanitaria y, en lugar de hablar del proyecto, sugirió que todavía no estaba conforme con éste. “¡Apuesten por ello!”, dijo.
Trump tampoco ha hecho mucho por construir vínculos amistosos y de lealtad con los miembros del Partido Republicano. En una reciente entrevista de TV, criticó el proyecto de la Cámara de Representantes que antes había alabado, calificándolo de ‘mezquino’. El mensaje a los miembros del Congreso fue discordante: quiero que voten por algo que podría arriesgar sus carreras, pero no esperen que esté ahí para protegerlos de las consecuencias de ello.
El viernes último, Trump socavó a su principal negociador, McConnell, al sugerir que podría ser momento de tirar la toalla. “¡Si los senadores republicanos son incapaces de aprobar aquello en lo que están trabajando, deberían inmediatamente DEROGAR y luego REEMPLAZAR en una fecha posterior!”, tuiteó, con evidente frustración. Eso es exactamente lo que los conservadores quisieran, pero no es la solución por la cual McConnell había trabajado.
Parte del problema es que el presidente a menudo no tiene conocimiento del contenido de las leyes de su propio partido. Según un informe, el mandatario desconocía que el proyecto de ley de salud luce ante muchos votantes como un gigante recorte de impuestos para los ricos. Ello le dificulta ser un vendedor efectivo, en público o en privado. Cuando habla de la legislación, la describe brevemente como “una gran asistencia sanitaria”, que ofrecerá mejores seguros médicos a un precio más bajo, pero se trata de una promesa que el proyecto de ley, con sus enormes recortes de gastos, no podrá mantener.
Hay más en juego aquí que la versión de este mes del proyecto de salud republicano. El disperso enfoque de Trump, su caótico estilo de gestión, su falta de atención a los detalles, su fracaso en alinear a los disidentes del partido republicano y su escasa popularidad hacen que sea cada vez más difícil para los republicanos promulgar toda su agenda legislativa.
“El desafío central para los republicanos es cómo dejar en claro que están enfocados en el tema número uno: la economía, los empleos y los ingresos”, afirmó David Winston, un estratega republicano que ha asesorado a líderes del Congreso. “Ellos pasan mucho tiempo hablando de otras cosas”. ¿Incluyendo tuits? “Sí, incluyendo tuits”, reconoció. “Y necesitan definir los resultados de los temas en su agenda, entre ellos el cuidado de la salud, de forma tal que la gente los apoye. Eso no está ocurriendo”.
Cinco siglos atrás, Machiavelo concluyó que lo que un gobernante necesita más es una cualidad que llamó, en italiano, “virtú”. El término no significa ‘virtud’, en nuestro sentido moralista. En lugar de ello, denota algo más parecido a la ‘destreza’, una combinación de audacia y habilidad.
Trump claramente posee la primera mitad de esa ecuación, la audacia. Si alguna vez ha leído a Maquiavelo -algo poco probable-, en realidad no lo demuestra. Él no es temido ni amado. Como resultado, más allá de que lo perciba o no, su poder como presidente ya ha comenzado a erosionarse.
Traducción: Valeria Agis
Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí
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